Puede sonar a tópico, pero
la trashumancia vuelve a cobrar
protagonismo. No es que se haya olvidado nunca, siempre se han mantenido
pastores fieles a la tradición; pero
en los tiempos de crisis económica se favorece la trashumancia, al reducir los costes en el transporte del ganado, por lo que los ganaderos prefieren
transportar el ganado por las antiguas
vías pecuarias del paisaje del
interior de nuestro país.
Por ejemplo, estos días se ha visto por la
cañada real
de Vilafranca a las vacas que descienden desde
Valdelinares hasta
Ares
del Maestrat. Para los ganados de ovino y caprino, el camino es más
largo, unos cien kilómetros entre
Fortanete,
Cantavieja o
Santa
Magdalena de Polpís.
Los pastores trashumantes no son románticos de
la vida, son profesionales de la ganadería que miran los costes y la
salud de su preciado ganado. Saben que
caminando ahorran unos miles de euros en
el transporte de sus animales. Además, antes que la Unión Europea se
fijase en el bienestar animal ya
comprendieron que es mucho más natural
para vacas y ovejas caminar por las sendas. Son días extenuantes que se
inician antes del alba y acaban tras el ocaso. La ruta es más dura si
cabe en la «bajada» porque los rebaños pasan de pastar a 1.800 metros a
hacerlo en terrenos de mil o casi al nivel del mar.
Los ganaderos
apuntan que
las lluvias de octubre propiciarán que, hasta la llegada de
los fríos más intensos, se pueda dar de comer a los animales sin
recurrir a los forrajes acumulados durante el verano. No obstante,
montañas de balas de paja ya pueden verse en torno a las masías de
Els
Ports y el
Maestrat. Será el seguro alimenticio para pasar el invierno.
La pasada madrugada las temperaturas ya fueron de 3 grados bajo cero en
Vilafranca. Y es que los
nueve meses de invierno y tres de verano se
cumplen casi a rajatabla en la comarca de
Els Ports.
En poco ha mejorado la
situación de los ganaderos trashumantes en los últimos años. En las
épocas de bonanza se anunció la construcción de refugios en las veredas.
Únicamente se levantó el de Vilafranca, cerca del Llosar. Es el único
espacio en una ruta de cien kilómetros donde los ganaderos tienen techo y
vallado para encerrar al ganado por la noche. Agradecerían, sin duda,
que existiesen dos o tres más en el camino que pasa por la Llècua, en
Morella, por la Rambla de Cervera o por la misma N-232, en la que, para sorpresa de muchos automovilistas,
las ovejas siguen teniendo preferencia de paso sobre los automóviles.
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