19 octubre 2005

¿Hasta cuándo vivir a 200 por hora?

Si necesita sólo una buena razón para desacelerar piense en la cantidad de visitas al médico y la farmacia y de dolores de cabeza que se ahorrará.

La competitividad, las prisas y los vertiginosos avances y cambios tecnológicos y sociales a los que debemos acomodarnos con rapidez, nos causan alteraciones en los ritmos biológicos, estrés y desorientación.

Según algunos estudios, la presión cotidiana y la reducción del tiempo para el ocio, la familia y las relaciones junto al aumento de las horas de trabajo, han originado un nuevo trastorno: el “mal de las prisas”, caracterizado por el desasosiego interior con síntomas de nerviosismo, irritabilidad, ansiedad, neurosis y depresión, el síndrome de la fatiga crónica y la bulimia.

Además la vida contrarreloj, induce una mala alimentación, falta de ejercicios, hábitos poco saludables y el consumo excesivo de alcohol y tabaco: factores de riesgo para los problemas cardiovasculares y el cáncer.

Quienes han desacelerado dicen sentirse más felices, o como mínimo menos infelices, y señalan que su nueva forma de vivir ha repercutido positivamente en su salud física, mental y emocional. He aquí algunas de las ideas que más les han ayudado a bajar de revoluciones en su existencia:

Consuma con sensatez. Vivir simple no equivale a ser pobre, sino a prescindir de lo superfluo. Cuanto más consume más trabaja y a la inversa. No hace falta renunciar a tanto: se trata de disfrutar sin los excesos que impone el consumismo, comprar con más sensatez, renunciar a la fiebre de ganar más y más, y gastar un poco menos o gastar mejor.

Viva en el “aquí y ahora”. La mayoría de la gente vive pendiente de lo que va a hacer o dándole vueltas a lo que ha hecho, lo que da una sensación de vértigo permanente. El ritmo de vida que llevamos es una huida constante del momento presente. Concéntrese en el ahora y disfrútelo, y adécuese al futuro según se vaya presentando, confiando en que lo resolverás.

Alimente su tranquilidad. Buena parte de la aceleración es nerviosa y se origina en la alimentación. Evite abusar del café, el té y los refrescos que contienen cafeína, de las comidas dulces que provocan picos y bajones de energía, y de las grasas animales, cuya digestión fomenta la somnolencia y el malestar. Para mantener un nivel constante y sereno de energía a lo largo del día, evite saltarse el desayuno, reparta la comida entre 5 ó 6 tomas más ligeras y consuma abundantes alimentos vegetales.

Aprende a negarse. Debe romper el esquema mental de pensar que le necesitan y no puede negarse a las demandas ajenas. Si aprende a dar una negativa sin justificarse, sentirse culpable ni agobiarse, ganará tiempo y paz de espíritu. “Lo haré en otro momento, buscaré otra persona para que lo haga o ya te llamaré”, son formas educadas de negarse.

Distinga la urgencia real de la mental. La escasez de tiempo puede ser real debido a que tiene demasiadas tareas, las planifica mal, sobreestima sus capacidades o abarca más de lo que puede, o ser una percepción motivada por su estrés o ansiedad. Evalúe las cosas que tiene que hacer, el tiempo del que dispone para realizarlas y el que insume cada tarea y si lo aprovecha bien. A veces dedicamos demasiado minutos a cosas que no lo necesitan o le imprime un ritmo acelerado a la actividad cotidiana.

Deja de creerse todopoderoso. Adecue sus actividades a su ritmo habitual y evalúe bien sus recursos. Algunas tareas le exigen demasiado esfuerzo porque no está lo suficientemente preparado y debe dedicarles un tiempo y un esfuerzo adicionales, que resta a otras actividades, quedándose una sensación de falta de tiempo, agobio e insatisfacción.

Cambie el mensaje. Reemplace las verbalizaciones sobre la falta de tiempo por afirmaciones menos agobiantes, del tipo: “hay tiempo para todo”, “las tareas se realizan de una en una”, “tengo que tomarme mis descansos para rendir mejor”, “voy a establecer prioridades y a distinguir lo que me gusta y lo que no quiero hacer”.

Haga una cosa cada vez. No desarrolle dos actividades al mismo tiempo: conducir y hablar por teléfono, cocinar y ver televisión. Disfrute de cada cosa a su tiempo. Reflexione sobre para qué y porqué está haciendo varias cosas simultáneamente y si necesita realmente resolverlas al mismo tiempo.

Deténgase y reflexione. Permítase todos los días al menos diez minutos para reflexionar; tómese su tiempo y rompa de una vez por todas con el ritmo vertiginoso de vida. Debe recuperar la facultad de pensar y serenarse. Dedique un tiempo diario a relajarse, a respirar profundamente, a eliminar las tensiones y dejar la mente en blanco.

Busque su tiempo personal. No intente programar obsesivamente cada minuto de cada jornada: deje tiempos muertos para situaciones imprevistas. Divida sus actividades cotidianas en obligatorias y placenteras y dedique una parte del tiempo a lo que le resulta gratificante.

Intente desactivarse. Diga un rotundo no a la actividad constante y canalice su energía vital hacia actividades extra laborales: practique un hobby, participe en acciones solidarias y disfrute de las gratificaciones que le da la vida.

Baje de revoluciones. Efectúe sus actividades con mayor lentitud, sobre todo conducir, caminar, hablar, comer y hacer el amor.

Descubra lo que puede cambiar. Piense en el estrés que sufre y cuánto le gustaría disponer de más tiempo para hacer lo que quiere. Hay aspectos de su vida que puede modificar para disminuir su tensión nerviosa: analice cuáles son y ponga manos a la obra.

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