01 julio 2005

Riesgo de cáncer de colon asociado al consumo diario de carne roja

Comer un filete grande al día podría incrementar un tercio las probabilidades de desarrollar un tumor de colon. Cinco comunidades españolas han participado en el mayor estudio sobre dieta y cáncer realizado hasta la fecha

Ha hecho falta reclutar a casi medio millón de europeos de 10 países diferentes para confirmar una sospecha largamente apuntada en estudios previos: El consumo diario de carne roja y otros productos cárnicos incrementa hasta un 30% el riesgo de padecer cáncer de colon.

Por el contrario, la ingesta frecuente de pescado ejerce en el organismo un efecto protector que reduce casi un tercio esta misma relación. También la fibra confirma su papel preventivo.

Las conclusiones, que acaba de publicar la revista 'Journal of the National Cancer Institute' (JNCI), son el resultado de un gran trabajo internacional financiado, entre otros, por la Agencia Internacional para la Investigación sobre Cáncer (IARC), dependiente de la Organización Mundial de la Salud, y la Comisión Europea. Cinco centros españoles (ubicados en Barcelona, Murcia, Navarra, Granada y Asturias), han colaborado también en esta Investigación Europea Prospectiva sobre Cáncer y Nutrición (EPIC, según sus siglas en inglés).

Los 478.040 participantes, con edades comprendidas entre los 35 y los 70 años, fueron seguidos entre 1992 y 1998 mediante detallados cuestionarios acerca de sus hábitos alimenticios, consumo energético, ingesta de fibra, de alcohol y tabaco, peso, actividad física etc. Después de descartar otros factores que también podrían haber influido en la aparición de los 1.329 casos de cáncer colorrectal que se registraron durante los cinco años de seguimiento, los especialistas confirmaron sus sospechas.

Aquellas personas con un consumo diario de más de 160 gramos de carne roja o procesada (un filete grande aproximadamente) tenían hasta un 35% más de probabilidades de desarrollar una neoplasia colorrectal que quienes se limitaban a comer unos 20 gramos. Por el contrario, tomar pescado habitualmente demostró el efecto inverso: el consumo más alto (por encima de los 80 gramos diarios) se asoció a una reducción del 31%.

Carnicería y charcutería. Combinando ambas posibilidades, mucha carne y poco pescado, el riesgo de cáncer se elevaba hasta el 63%. La ingesta de fibra, mediante cereales, frutas y verduras, logró reducir los riesgos asociados a los productos cárnicos (vaca, ternera, cordero o cerdo; pero también productos de charcutería, bacon, salchichas o carne en conservas, entre otros procesados). Sólo el pollo se libra, ya que no se observó relación alguna entre su consumo y una mayor predisposición a la enfermedad.

Como explicado a 'elmundo.es' el profesor Elio Riboli de la IARC, aunque este estudio no es el primero en apuntar esta relación, sí es el más multitudinario. "El hecho de que esta asociación se haya mostrado similar en los 10 países europeos estudiados, con hábitos alimenticios diferentes, significa que se trata de un resultado concluyente", señala.

A su juicio, los efectos observados tienen "una intensidad modesta" pero suficente para considerar "demostrada" la relación entre el consumo "cotidiano" de carne roja y charcutería con el cáncer colorrectal. "Si éste hubiese sido el primer trabajo, diría que aún hay que esperar", apunta, "pero se trata de la última evidencia de una serie muy larga y nos permite ya decir que está demostrado".

Y aunque el trabajo no ahonda en los mecanismos que podrían estar detrás de este proceso, los expertos apuntan varias posibilidades. Una de ellas señala hacia unos ingredientes de las carnes rojas, la hemoglobina y la mioglobina, que podrían desencadenar la formación de compuestos carcinógenos en el intestino. Ciertos procesos químicos desencadenados durante el cocinado a altas temperaturas también podrían estar implicados. Ese será, anuncia Riboli, el siguiente paso a estudiar.

El mensaje de la comunidad científica antes estas evidencias es claro: hasta el 70% de los casos anuales de cáncer colorrectal podrían evitarse con sencillos cambios en los hábitos de vida de los países occidentales. Es decir, combinando una dieta equilibrada con ejercicio físico, un peso adecuado y otros hábitos saludables.

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