Algunos expertos que han estudiado el ejercicio físico como terapia, postulan que esta actividad puede contribuir a restaurar la expresión de la herencia genética que aseguraba la supervivencia en tiempos previos a la civilización.
Han intentado confirmar esta hipótesis realizando estudios de experimentación en ratones, consistentes en someterlos a una falta de actividad física durante cinco semanas, que semejaría el modelo de sedentarismo. Tras este tiempo, se producía un importante descenso en la expresión genética que participa en la producción del óxido nítrico, una sustancia que aumenta el calibre de los vasos, es decir, con propiedades vasodilatadoras. No obstante, en aquellos ratones a los que se les había sometido a una actividad física regular, se observaron alteraciones en el músculo cardiaco (miocardio) que a la larga aumentaba el promedio de supervivencia.
También se han realizado múltiples estudios clínicos en el hombre que han demostrado que, a diferencia de los individuos sedentarios, aquellos que practican ejercicio de forma regular tienen una reducción en la morbilidad y mortalidad por enfermedades cardiovasculares. En esta investigación, se incluyeron personas sanas y también con enfermedad cardiovascular conocida. Además, se observó que esa reducción del riesgo fue similar a la que se conseguía cuando se administraban fármacos específicos como antihipertensivos o hipolipemiantes.
¿Qué ejercicio resulta beneficioso? Un punto importante a tener en cuenta es especificar cuál es el ejercicio que es beneficioso. Éste es aquél que se practica con intensidad moderada y de manera regular, porque de esta forma el organismo tiene capacidad para adaptarse (“adaptación celular”). Aunque el ejercicio físico induce un estrés oxidativo, esto sólo sucede al inicio, cuando se practica de forma regular.
A las pocas semanas, se producen cambios favorables en algunos genes que se ve reflejado en los vasos (endotelio o capa más interna de los vasos). El efecto antioxidante de la actividad física regular está estrechamente relacionado con el aumento en la producción de sustancias vasodilatadoras (óxido nítrico), y con el incremento en la expresión de proteínas antioxidantes así como un descenso en la expresión de proteínas “pro-oxidantes”.
El entrenamiento físico puede prevenir la expresión de genes “pro-oxidantes”. Éstos se encuentran asociados a alteraciones que se observan en los vasos de individuos sanos. De esta forma, el descenso de su producción corrige o mejora las alteraciones vasculares endoteliales, así como el estrés oxidativo que ya existe en aquellos pacientes con enfermedad cardiovascular (hipertensión arterial, diabetes mellitus, trombosis cerebrales, infarto o angina de pecho o insuficiencia cardiaca).
Cuando se comparan los resultados obtenidos con ejercicio físico regular y con terapias antioxidantes (como la administración de vitamina E) parece que el entrenamiento físico es más eficaz y menos costoso que estas últimas. Esta actividad física también favorece la adaptación de los vasos que nutren al músculo esquelético y cardiaco, cuyo número incrementa por un proceso conocido como angiogénesis. Ésta consiste en un incremento en el número y en el diámetro de la luz del vaso, hecho que favorece el flujo sanguíneo a los órganos.
Por todo ello, actualmente se prescribe el ejercicio físico regular en pacientes con enfermedad cardiovascular conocida, aunque está recomendado a todos los individuos sanos. Aunque siempre es importante individualizar el tipo y el tiempo que hay que dedicar, de forma general se recomienda caminar dos horas y media semanles como mínimo, o lo que es lo mismo 30 minutos cinco veces a la semana, más o menos equivale a recorrer de 10 a 15 km. a la semana, depende del tipo de marcha que imprimamos.
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