01 julio 2005

El arte de caminar

Lo que nos faltaba. El próximo fin de semana está anunciada una nueva Caminada Internacional de Barcelona. Como si ya no tuviéramos suficiente con el extranjerío de bombo más que de platillo que nos invade y está convirtiendo la ciudad en un parque mediático (la próxima propaganda electoral del señor Clos debería decir: "Con Walt Disney y Carlinhos Brown, esperando a más bárbaros"), ahora debemos estar prevenidos ante la nueva invasión de miles de malcaradas y roñosas botas que, según anuncia la web de la organización, entrarán en la ciudad desde el mar y desde Collserola: "Después del éxito obtenido en la edición de 2004, para este año se ha previsto repetir la experiencia y la propuesta será la misma que el año anterior; la Caminada Internacional de Barcelona, que no tiene ánimo de competición, volverá a ser una buena excusa para hacer salud y para redescubrir la ciudad".

Qué horror. Me llama la atención que digan que "no tiene ánimo de competición". ¿Desde cuándo la esencia del arte de caminar ha tenido alguna relación con un torneo? Ya sé que la apoteosis del deporte a mayor gloria de nuestros patricios olímpicos ha convertido muchas caminatas en carreras, algunas de ellas carreras políticas muy serias, pero el arte de caminar desde siempre fue otra cosa.

Decía William Hazlitt, el mayor ensayista inglés de todos los tiempos, en su delicioso y breve texto Dar un paseo: "El alma de una caminata es la libertad, la libertad perfecta de pensar, sentir y hacer exactamente lo que uno quiera".

Si una caminata o un paseo está organizado, choca connaturalmente con la idea de libertad que contiene la esencia misma del paseo. Lo decía el otro día Josep Maria Espinàs en el programa literario de BTV de Emilio Manzano: la gracia del paseo en solitario es que en él no hay nada previsto ni nada que sea obligatorio. Espinàs, que acaba de publicar un libro sobre sus libres caminatas a pie por la isla de Mallorca, contaba que muchas veces ha dejado de lado la visita a una iglesia románica encontrada en el camino por interesarle más la charla con un paisano o cualquier otro elemento de vida que se ha cruzado en su camino. Las caminatas de Espinàs no son turismo cultural, son caminatas libres. El escritor va adonde le llevan el azar, la intuición y hasta el viento.

A mí me parece que caminar es una aventura que tiene verdadero sentido si se hace en solitario. Es más, en mi opinión (y no quiero tener más opiniones ya por hoy) no existe un arte de pasear perfecto si el paseo no se lleva a cabo en rigurosa soledad. "La caminata debe hacerse a solas, porque la libertad es esencial, porque es necesario que llevemos nuestro propio paso, no el del vecino o el del amigo", escribió Robert Louis Stevenson en su ensayo El arte de caminar. Para el autor de La isla del tesoro, buen conocedor del sentido de la aventura, se debe estar abierto a todas las impresiones al pasear y permitir que nuestros pensamientos adopten el color de lo que vemos. No le ve la gracia a caminar y charlar al mismo tiempo: "Dicho de otro modo, no debe haber ruido de voces al lado, para estropear el silencio meditabundo de la mañana".

Y como muy bien sabe Espinàs, si al final de la jornada el anochecer es bello y cálido, no hay nada mejor en la vida que haraganear ante la puerta de una posada al ponerse el sol, o inclinarse sobre el parapeto de un puente para contemplar las hierbas y los peces. Es una maravilla el arte de estar solo y desocupado, libre para cualquier pensamiento, lejos de las caravanas humanas y de todos esos tan organizados centenarios oficiales de artistas y de tanta caminata internacional y acto cultural programado. ¿Por qué no habrán dejado este año al Quijote caminar solo?

Por ENRIQUE VILA-MATAS, publicado en EL PAÍS, 29-05-2005

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