16 marzo 2005

A paseo


El "vete a paseo" es una forma suave y educada de mandarle a alguien a tomar viento fresco (también frase medida), a hacer puñetas (más entonada), o directamente a la tierra del excremento y la contrariedad (aquí me mido yo) por no escribir lo que todos están imaginando. Y no entiendo el sentido despectivo del vete a paseo si no es por desear que alguien se pierda de nuestra vista.

Pues sí, a mí me gusta perderme, a mí me gusta el paseo y me gustaría que fuera más habitual, lo que por desgracia no está al alcance de este urbanista arrepentido. En esta tierra madrileña que me cobija ya se han olvidado de ese placer andariego. Aquí la gente no pasea, va a algún sitio y, generalmente, con prisa. De nada sirve que recientes investigaciones médicas insistan en que machacarse en el gimnasio o marcarse un footing diario de semáforo a semáforo no son necesariamente la mejor forma de vivir saludablemente. Los médicos nos aconsejan caminar media hora a buena marcha el mayor número de días a la semana que podamos. Algo tan tonto y tan importante para conseguir un efecto saludable.

Este fin de semana tuve la dicha de estar en Palencia y en mi caminata por la Calle Mayor, Los Jardinillos, El Salón (lo siento pero no puedo con él) o la Plaza Mayor me vino a la cabeza toda una tesis comparativa entre el pasear por Palencia y el hacerlo por Madrid. Ni es el lugar ni hay espacio para exponerla en unas pocas líneas. Quédese mi querido lector/lectora con un pequeño apunte.

En Madrid o no se pasea, o se hace muy poco, por la sencilla razón de que, salvo dos privilegiados que viven frente al Retiro o en las viejas calles de los Austrias, lo demás tenemos que desplazarnos a larga distancia (ya estamos dependiendo del maldito coche o de los transportes públicos) para encontrar el lugar adecuado a nuestra caminata. Los barrios poco humanizados de esta gran ciudad no atraen lo más mínimo para disfrutar de ese placer. En un día laborable ni te lo planteas por que no quieres verte rodeado de corredores locos que miran al suelo. Y en un día festivo, que quieren que les diga, todo el mundo en el mismo sitio y a las mismas horas en otra aglomeración que difiere poco de la de un día normal.

Será porque quiero mucho a mi tierra, o por lo que sea, pero en Palencia respiro optimismo. No necesito ir a ninguna parte en concreto para disfrutar a lo grande. Camino tranquilo, veo un día y otro los mismos sitios pero con distintos colores. Siempre descubro un detalle nuevo, algo que me llama la atención, algo que tiene un sabor especial. Se mezclan recuerdos de la infancia con un presente mejorado. Saboreo la sencillez grandiosa de nuestras iglesias, los balcones (por Dios, que belleza) de las calles, la gente tranquila. La gente, ¡ay la gente! En Madrid te cruzas con seres anónimos, en Palencia veo personas con nombres y apellidos, y saludas a uno y le das un hasta luego a otro.

Habría algún pero, pero sólo me fijo en uno: lo que afean en algunas ciudades, y en Palencia no digamos, los contenedores callejeros de basura. Mezclar historia y belleza con esos feos artilugios… En eso gana Madrid.

Vuelvo y termino mi paseo por esta página. Cuento los pocos días que me quedan para volver a Palencia, a pasear y a procesionar, a disfrutar de la gente con la gente. Y sigo con el Quijote: «Yendo, pues, caminando nuestro flamante aventurero, iba hablando consigo mesmo». El paseo es reflexión.

Por: Antonio Martí Valbuena

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