29 octubre 2012

Caminar sin rumbo

Aunque no lo parezca es una afición. Me refiero a caminar sin rumbo. De muy chiquito me gustaba improvisar, perdiéndome por las calles empedradas de La Floresta. Deambulaba horas descubriendo olores y colores. Conociendo perros, cangrejos y hasta gaviotas. En invierno esta práctica se volvía más interesante por lo desolado del lugar. A veces me acompañaba mi viejo, y aunque parezca absurdo nos perdíamos de la misma forma. (A lo mejor era una puesta en escena para volver el asunto más emocionante).

Ahora de veterano, esta modalidad de caminar sin rumbo la practico en ciudades, girando al azar en cada esquina, descubriendo más o menos las mismas cosas que solía descubrir en La Floresta. (Obviamente lo de las gaviotas y los cangrejos es una suerte de licencia poética). Es un placer único sentir a las ciudades mientras uno las camina. Todo es tan lento, tan reflexivo, lleno de comentarios y comparaciones. Un ejercicio mental y físico de lo más saludable, que en mi caso solo tiene saldo positivo.


Curiosamente con el advenimiento de los blogs (ciberbitácoras), pude comprobar cómo muchas personas, al igual que yo, eran devotas practicantes de este particular estilo de sonambulismo. Eso sí, con un trabajo de post-producción digno del mismísimo Spielberg.

En la práctica, si bien es a la marchanta, estos adictos utilizan cámaras fotográficas con GPS para registrar con ridícula precisión su derrotero. Una vez finalizado el periplo y con la ayuda del Google Maps, se confecciona un paseo ilustrado (con audio e imágenes). La edición es minuciosa, ya que se utilizan programas especialmente diseñados que permiten rápidamente sacar pasajes plomíferos. Una vez terminado, se lo cuelga en la Red para que todos puedan disfrutarlo o aborrecerlo.

Es increíble la cantidad de personas que realizan esta práctica y además gustan que otros prueben de revivir el recorrido. Con ello se genera una sumatoria de comentarios y críticas que enriquecen la crónica del paseo, volviéndolo un documento particularmente valioso.

Todo esto es posible gracias al punto de encuentro que constituye la Red, y en especial los blogs.

Debido a esta práctica algo conventillera, es posible intercambiar vivencias entre viajeros con gustos similares, y así confeccionar destinos más precisos. Las experiencias de otros consiguen entusiasmar o desalentar a promitentes viajeros, por ello resulta una más que útil herramienta a la hora de decidir.

Hasta el más "durito" puede convertirse en un consejero idóneo. Solo es necesario que camine, registre y cuelgue, lo demás lo hace la Red.

Artículo de Martín Fablet, publicado en El País



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