Ahora de veterano, esta modalidad de caminar sin rumbo la practico en ciudades, girando al azar en cada esquina, descubriendo más o menos las mismas cosas que solía descubrir en La Floresta. (Obviamente lo de las gaviotas y los cangrejos es una suerte de licencia poética). Es un placer único sentir a las ciudades mientras uno las camina. Todo es tan lento, tan reflexivo, lleno de comentarios y comparaciones. Un ejercicio mental y físico de lo más saludable, que en mi caso solo tiene saldo positivo.
En la práctica, si bien es a la marchanta, estos adictos utilizan cámaras fotográficas con GPS para registrar con ridícula precisión su derrotero. Una vez finalizado el periplo y con la ayuda del Google Maps, se confecciona un paseo ilustrado (con audio e imágenes). La edición es minuciosa, ya que se utilizan programas especialmente diseñados que permiten rápidamente sacar pasajes plomíferos. Una vez terminado, se lo cuelga en la Red para que todos puedan disfrutarlo o aborrecerlo.
Es increíble la cantidad de personas que realizan esta práctica y además gustan que otros prueben de revivir el recorrido. Con ello se genera una sumatoria de comentarios y críticas que enriquecen la crónica del paseo, volviéndolo un documento particularmente valioso.
Todo esto es posible gracias al punto de encuentro que constituye la Red, y en especial los blogs.
Debido a esta práctica algo conventillera, es posible intercambiar vivencias entre viajeros con gustos similares, y así confeccionar destinos más precisos. Las experiencias de otros consiguen entusiasmar o desalentar a promitentes viajeros, por ello resulta una más que útil herramienta a la hora de decidir.
Hasta el más "durito" puede convertirse en un consejero idóneo. Solo es necesario que camine, registre y cuelgue, lo demás lo hace la Red.
Artículo de Martín Fablet, publicado en El País.
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