22 octubre 2006

Los atascos

Los expertos en la cuestión del tráfico urbano llevan tiempo advirtiéndolo: las ciudades está a punto de convertirse en un caos.

Lejos estamos de un pasado idílico, con aquellas imágenes de conductores estacionando a placer en cualquier calle o plaza, y los domingos por la mañana, cuando no existían los túneles de lavado, abrillantando el coche con paños viejos y pozales en cualquier calle con una fuente próxima.

El personal tiraba de 600, 850 como mucho, y el más pujante con algún vehiculo de importación. Después vino la revolución de las masas (de conductores), y todo cambió.


Llegaron las multas, los accidentes y atropellos, la polución, las dobles filas, los conciertos de bocinas, las zonas azules, el negocio de los parking privados, pero, mal que bien, se siguió funcionando, conduciendo, aparcando cerca del trabajo y, por las noches, debajo de casa. Hasta que las pandillas nocturnas descubrieron el estrepitoso encanto de romper retrovisores y en cada familia, por mor del progreso, se compró auto al chico mayor. Después sería el pequeño, y así hasta sumar los miles de vehículos que hoy componen el parque móvil de cualquier ciudad. Prácticamente, a embrague por habitante.

La situación, complicada por las obras (¿cómo es posible que siempre las haya?), se agrava mes a mes. Hay horas, días, en que el tráfico urbano comienza a resultar sencillamente insoportable.

¿Qué hacer, cómo solucionar este engorroso asunto?


Desde el Ayuntamiento se suceden los llamamientos cívicos para prescindir del coche, para no usarlo en días de lluvia, para ir al estanco, para ir al centro a comprarse una camisa. Tales campañas, sin embargo, y al margen de que convenga seguir realizándolas, no parecen obtener resultados alentadores; más bien, todo lo contrario. ¿Cómo lograr, entonces, que los ciudadanos se habitúen a caminar por su ciudad unos cuantos kilómetros al día, ganando salud y ahorrando dinero? ¿Multiplicando carriles-bic? ¿Abaratando o subvencionando los transportes urbanos? ¿Planificando un Metro subterráneo o una red de tranvías de superficie conectados con las estaciones de cercanías?

Ya que no queremos escarmentar en cabeza ajena, en el ya citado Madrid, o en esa caótica Atenas que se vio obligada a limitar la conducción de las matrículas pares a una serie de días de la semana, y las impares a otros, quizá debería plantearse, o exigirse, un plan integral de tráfico para muchas ciudades. No puede ser que la ciudad siga creciendo hacia los cuatro puntos cardinales sin que se contemplen nuevas variantes de entradas y salidas.


Así que a esperar a ver en que queda todo esto. Seguro que en nada bueno.

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