27 septiembre 2006

Sedentarismo, caminar por caminar

“Se mueven, pero están quietos. ... Y el mundo sigue
girando.” Rafael Alberti.
A lo largo del día una persona sedentaria típica se pasa sentado, entre el coche, la oficina y la televisión una media de once a doce horas. Los fines de semana por supuesto, se dedican al descanso: en el cómodo sillón.

Conviene señalar que sedentarismo no significa inmovilidad, sino que no se desarrollan de manera habitual actividades que supongan un esfuerzo físico y que, por tanto, promocionan y mantengan la capacidad del organismo y de los diversos sistemas que lo componen. Y esto, a su vez, tiene efectos decididamente perjudiciales sobre la salud.

El sedentarismo supone una situación de sobrecarga para el aparato circulatorio. Se ha dicho muchas veces que quien mueve las piernas mueve el corazón: los músculos de la pantorrilla actúan como una verdadera bomba sobre la circulación sanguínea, ayudando al retorno de la sangre al corazón. La persona sedentaria no aplica esta ayuda, y el resultado es un estancamiento de la sangre en las piernas, que duelen y se hinchan.

Pero no es sólo el aparato circulatorio el que sufre los efectos dañinos del sedentarismo, sino que la persona sedentaria se acostumbra a respirar mal, pierde tono muscular y agilidad y puede llegar a perder parte del contiendo calcio de los huesos, con los que estos tienden a hacerse más frágiles.

Este último fenómeno es más frecuente en mujeres, generalmente un tanto obesas, que han pasado ya la menopausia. El sobrepeso hace que pasen mucho tiempo sentadas, lo que a su vez, favorece un avance rápido de las osteoporosis. Es un círculo vicioso: la osteoporosis hace que el caminar sea aún más doloroso.

Sin embargo, y aún siendo ya serio todos esos efectos, el más preocupante es el del sobrepeso. La persona sedentaria no llega a consumir todo lo que come. El cuerpo humano almacena celosamente toda aquella energía que le ha resultado sobrante, transformando ese superávit en grasa, que se deposita en zonas concretas del cuerpo en forma de tejido adiposo, que después resulta difícil de eliminar, pero también, y esto es más grave, en la pared de las arterias. Dicho de un modo más directo, el individuo sedentario está dando todas las facilidades para que surja en él la arteriosclerosis. Esta, a su vez, se considera hoy uno de los factores de riesgos principales para las enfermedades cardiovasculares.

Debemos hacer algo por nuestro cuerpo. En primer lugar, caminar más. Caminar, además de mejorar la circulación, ejercita los músculos, quema las grasas y hace respirar más y mejor. Se puede recomendar también hacer gimnasia: basta la voluntad de dedicar un cuarto de hora cada día a algunos ejercicios sencillos para notar al poco tiempo el resultado.

En definitiva, lo que se ha de hacer es cambiar el sedentarismo por una vida activa normal: Y es que, como dijo el poeta.
“¿A dónde vas, caminante, / que nunca dejas de andar? / No voy a ninguna parte. / Camino por caminar “.

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