28 agosto 2006

Fin de la siesta

Agosto agoniza. Estamos ya casi en el estertor de las vacaciones. En la vuelta al hogar de los que veranean. Que por cierto son cada vez más, afortunadamente.

Playa o turismo rural, montaña o salidas al extranjero. Basta ver la publicidad enorme en todos los periódicos de las agencias de viaje. Con ofertas sumamente interesantes. Desde Marruecos, Túnez, Kenia al Extremo Oriente. Desde Galicia a los Estados Unidos o Sudamérica. Los españoles le han tomando el gusto a eso de conocer palmo a palmo el mundo.

Y eso es bueno. Muy bueno. Eso te hace conocer otras culturas, otras formas de vida, otras religiones, otros paisajes, otros admirables monumentos. Eso te hace comprender mejor al hombre y a la mujer. El turismo te ensancha el corazón, hace del mundo un pañuelo y del respeto y la convivencia una virtud practicada. Aunque son muchos, son más -infinitamente más- los que limitan sus días de descanso al turismo interior, a la playa, a las casas rurales, que crecen como hongos. Prefieren la paz idílica del campo, la belleza agreste de la sierra, las caminatas del senderismo.

Y... están también los que no veranean. Quiero decir los que no salen de sus casas, porque no quieren o porque el bolsillo no aguanta ni puede soportar las cien mil pesetas —perdón, los seiscientos euros, o más— por quince días en un pequeño apartamento, más los gastos del chiringuito. Por lo menos el treinta por ciento —si no estoy mal informado— no se mueve de sus casas.

Simple y duro veraneo doméstico. Aunque esa masiva salida a la playa, o a horizontes lejanos, denota un nivel de vida ciertamente muy alto. Hay dinero, la gente vive bien, aunque no todos. El veinte por ciento las pasa "canutas", según Cáritas.

Para unos y para todos termina la siesta. El verano caliente. Caliente por las altas temperaturas, por las noventa mil hectáreas abrasadas en Galicia, por la estúpida y absurda guerra del Líbano, por el inmenso drama de las pateras y los cayucos, en los que cerca de treinta mil personas han perdido la vida en el mar o llenan por miles y miles los centros de acogida en Canarias y algunas ciudades de nuestras costas andaluzas. Ese es el panorama, ese ha sido el fiel retrato de julio y agosto. Bronceados y cargados de nostalgia unos y otros vuelven a la rutina de todos los días, a la dura tarea de levantarse temprano y tener que currelar . Aunque algunos prefieran las vacaciones en otoño, con menos bullicio, con menos calores, y tal vez con precios menos subidos en hoteles, viajes y chiringuitos.

Fin de la siesta. Fin del descanso. Para todos.

En fin, se acabó la siesta, la playa, el buceo y el senderismo. Otoño a la vista.

Fuente: diariocordoba.com (25/08/2006)

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