Muchos piensan que estos aparatos son otro elemento supérfluo más dentro de la parafernalia que en muchas ocasiones rodea a los gimnasios, pero los que trabajan con ellos encuentran muchas ventajas en los pulsómetros a la hora de programar sus entrenamientos.
El pulsómetro mide la tasa cardiaca en reposo, la progresión de la frecuencia de los latidos hasta el punto esfuerzo máximo y su descenso durante la etapa de reposo. Conocer estas oscilaciones es esencial para determinar no sólo la forma física inicial de un individuo, sino también para establecer cuál es el límite de su rendimiento, así como la capacidad que tiene para recuperarse después del trabajo.
De esta forma, se entiende que no sólo los deportistas de elite se beneficien de estos artilugios. Un aficionado al ejercicio habitual y, sobre todo, una persona que haya decidido enfundarse el chándal para dejar atrás el sedentarismo puede encontrar en el pulsómetro un excelente indicador para saber cómo responde su cuerpo al esfuerzo y, muy importante, cómo dosificarse y cuándo debe bajar el ritmo.
Tradicionalmente, las pulsaciones se tomaban, tanto en reposo como al finalizar el entrenamiento, palpando durante un minuto con los dedos índice y corazón en el cuello (justo debajo de la parte trasera de la oreja) o en la muñeca.
Sin embargo, el pulsómetro ofrece no sólo una cifra más ajustada a la realidad, sino también la posibilidad de conocer los cambios de la misma durante la sesión, lo que permite obtener una idea más fiel de cuál es la capacidad de esfuerzo del deportista.
La banda ajustable se coloca a la altura del pecho rodeando el cuerpo. Este cinturón recoge la señal eléctrica que produce el latido cardiaco y la transmite a un reloj de pulsera que refleja la tasa cardiaca en una pantalla digital. La banda puede resultar un poco incómoda, pero rápidamente pasas a no darte cuenta de que la llevas puesta.
El número que ve el deportista no es otro que las veces por minuto que el corazón tiene que bombear sangre para satisfacer los requerimientos de oxígeno de los músculos que están trabajando.
Esta cifra, que en un adulto sano suele estar entre las 50 y las 80 pulsaciones por minuto (en los deportistas de competición es bastante menor), se incrementa progresiva y rápidamente en proporción a la intensidad del esfuerzo. Alcanza un punto máximo y desciende de nuevo cuando finaliza el trabajo.
A medida que un individuo va adquiriendo más forma física, todas estas cifras se reducen paulatinamente. Es decir, el corazón va menos forzado cuando trabaja y se recupera con mayor facilidad de los entrenamientos. Según los partidarios del pulsómetro, éste es otro punto a su favor, al ver los progresos te animas a seguir haciendo deporte.
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