11 mayo 2005

Me resisto a aceptarlo


Cuando algunos días, miramos y admiramos los lugares donde vivimos, quizás desde un lugar donde contemplamos su belleza. Quizás nos deleitamos con con la imagen del río, la bahía, los verdes, etc. Uno reconoce y se siente privilegiado por vivir en una localidad tan bonita.

Pero rápidamente descendemos de este cielo, los bocinazos de un conductor nos desconectan y hacen que pisemos la tierra. Un automóvil acelera amenazante y nos recuerda que la franja peatonal por donde tratamos de cruzar, es simplemente una evocación de las cebras. Castiga así de esa manera, nuestra “osadía” de cruzar por donde corresponde.

Esta realidad es una situación compartida cotidianamente por muchos ciudadanos. Así como el baño callejero gratuito que nos proporcionan en los días de lluvia, un “servicio” de los señores conductores, que convierten los raudales de agua en duchas de presión para los sufridos peatones.

Cuando caminamos tranquilamente por las sendas, podemos disfrutar de la sombra de los árboles, embelesarnos con la belleza de sus flores o torcernos el tobillo y rompernos la pierna por el mal estado en que se encuentran muchas de las aceras.

Algunas ciudades están sucias. Hallar una papelera es una misión imposible. Tampoco existen carteles indicadores en las calles, ni siquiera las principales, encontrar una dirección es tarea de adivinos. Me imagino a los turistas, dignos extras para protagonizar la película “Perdidos en la noche”, pero a cualquier hora del día.

Los espacios públicos de la ciudad en lugar de ser agradables, espantan a los habitantes. La mayoría de los bancos te permiten el relax, pero a cuenta de un pantalón roto o una media desgarrada.

Depende de la hora del día, en las plazas y parques hay otro tipo de inquilinos, que aprovechando que las autoridades están de vacaciones (pues no ves un solo policía), se convierten en un lugar de esparcimiento para los delincuentes...

Nuestras poblaciones son un lamentable cuadro, que está muy lejos de ser lo que su gente se merece. Y lo que es peor, la ciudad ni siquiera es de su gente. No puede ser vivida por los ciudadanos, es una metrópoli distante. Y en esto sus autoridades tienen gran responsabilidad, porque no articulan acciones que permitan a los contribuyentes apropiarse de los espacios citadinos.

Pero, ¿habrá que resignarse a no poseerla? Yo me resisto a aceptarlo.

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