13 junio 2013

Un elogio del caminar

Caminar fortalece el corazón. Ayuda a pensar. Caminando se ve mundo. El mundo es ancho y largo y aunque jamás lo caminaremos entero, caminando seremos más conscientes de sus dimensiones. Si caminas puedes toparte con una vendedora de lotería que te dé la fortuna. Tal vez con un viajero que te cuente historias del lejano oriente, de Persia, de Ulan Bator o Bután.

Pero sentado sólo ves tu pared. O la televisión. Es cierto que sentado puedes leer Sefarad, de Muñoz Molina, pero los buenos libros hay que digerirlos como la lubina o las patatas a lo pobre, caminando luego un rato. Pensando en el aliño o en el libro. Un libro no deja poso si no se camina después de conversar con él. Como mejor se lee es tumbado.

Hay quien lee caminando, si bien la moda actual la imponen los jóvenes, que adornan sus cabezas con modernos y, paradójicamente, grandes auriculares por los que va saliendo en dirección a su tímpano una hilera de notas musicales interpretadas por instrumentos contundentes que proporcionan finalmente una melodía propicia para fomentar la euforia. Pese a eso, los jóvenes son mansos. La banca roba y los hay sin becas. La monarquía tiene comportamientos turbios, Hacienda se niega a imputar a la infanta, los políticos se suben el sueldo pero esa música de protesta no llega a los tímpanos. O llega versionada y los deja listos para el sofá o la pista de baile. No para caminar o rebelarse.

Caminar es barato. Pero hay quien camina de bar en bar. Los vendedores caminan de puerta en puerta. Conocen miserias familiares, familias monoparentales, familias numerosas, familias tristes y familias felices. Familias de alfareros. De vez en cuando venden algo. Entonces caminan al banco a ingresarlo cuando en realidad querrían ingresar un poco de la felicidad que han visto en la familia feliz. Luego se marchan caminando a casa.

Si buscas un sentido al acto de caminar y siempre tienes previsto el destino no serás un buen caminante. Se acepta tener una vaga idea de dónde quiere uno llegar, pero siempre que se esté abierto al azar, el albur, la casualidad, la vida y los encuentros. Y no hay un por qué al caminar. Se camina y punto. O punto y coma. Se camina y se notan los beneficios enseguida. Bajan las ganas de fumar y de insultar, de hacer relojes de madera, de crear rotondas y de vulnerar la ley de costas. Remiten las ganas de evadir impuestos. Si uno quiere correr debe leer a Murakami. Para caminar, no. Para eso basta dar un paso y después otro.

En un artículo sobre caminar hay que meter a Machado. Los ingenieros de caminos han de ser machadianos por fuerza. Caminar fortalece los gemelos y hace más grato luego el acto de sentarse. Sentarse es como el sueldo: hay que ganárselo. Hay gente que se sienta mucho y ya no siente nada. O que se sienta sin derecho a ello. Cuando alguien dice que conoce el camino hay quien se pone detrás y hay quien se pone a su lado. Según quien lo diga, lo lógico sería ir en dirección contraria. Nunca caminarás solo, dicen en Liverpool. Es hermoso. Caminaré después de este artículo. Ganaré mi derecho a sentarme. Caminar fortalece el corazón. Ayuda a pensar. Caminando se ve mundo.
Le damos gracias a Jose María de Loma, por darnos permiso para publicar su artículo, que apareció en laopiniondemalaga.es, y en su blog 'El palique'.


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