29 octubre 2010

Caminar, deambular, peregrinar, pasear, vagar, errar…

El caminar, deambular, peregrinar, pasear, vagar, errar… son procesos que, pronunciados en el contexto actual de alta velocidad, fe en la tecnociencia y devoción en la comodidad, se vuelven actos singulares, nostálgicos, anacrónicos, de resistencia o, cuando menos, de una cierta dislocación respecto de la ortodoxia del presente.

El caminante es nómada, ser errante; atraído por una filosofía elemental de la existencia cuestiona la controvertida sedentarización de la condición humana contemporánea, fundada sobre una movilidad virtual, sin límites temporales ni espaciales. El caminante abandera la otra velocidad, la lentitud, mientras establece una relación física y activa con lo que lo rodea: su presencia condiciona, modela, transforma el paisaje. Sus pasos, testigos del grado cero del desplazamiento humano, han cobrado valores añadidos: espiritual, estético, literario, exploratorio, reivindicativo, lúdico, ecológico…

Caminar es una afirmación rotunda, positiva, un gesto físico que topa con el mito del progreso, pero que no deja de recordar en todo momento que “la especie humana empieza por los pies, aunque la mayoría de nuestros coetáneos lo olvidan y piensan que el hombre desciende sencillamente del automóvil”.

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