Para Ogalla, caminar por la arena de la playa es saludable porque hace trabajar la musculatura de los pies y además se estimula la actividad circulatoria gracias al masaje recibido cuando se pasea por la zona en que rompen las olas.
Sin embargo, hacerlo descalzo implica riesgos, como el de contraer una micosis, o infección de hongos. El vicepresidente del Colegio de Podólogos sostiene que el pie debe protegerse con un calzado de goma que no retenga el agua. Las zapatillas también deben mantenerlo bien sujeto para evitar que baile dentro o que se formen ampollas u otras lesiones dérmicas, sobre todo ante la presencia de rocas, arenilla gruesa o restos de suciedad dejados por una tormenta.
Aparte de la playa, la recomendación se extiende a los ríos, en cuyos lechos nos esperan auténticas alfombras a base de algas, moho y piedras resbaladizas.
Por supuesto, en la piscina se debe llevar el pie protegido hasta llegar a la orilla, justo antes de zambullirse en el agua, ya que, a pesar de que ésta ha sido depurada, los charcos que se forman en el borde son un caldo de cultivo para los microorganismos.
Ogalla también aconseja acudir al podólogo al detectar cualquier alteración dérmica en los pies. Los hongos son poco sintomáticos, muestran pocos síntomas, pero cuando el verano ya ha finalizado, afirma, puede que ya se hayan desarrollado del todo. Igualmente, recuerda que secarse con toallas y compartirlas con otras personas supone facilitar una vía de transmisión para las infecciones micóticas. Por ello, es importante secarse siempre los pies, dado que dejarlos húmedos permite a los hongos crecer en su ambiente preferido.
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