Ya he comentado en algunas ocasiones sobre la Carta Internacional del Caminar, que es
un documento creado por numerosos especialistas en la ordenación del
espacio público con el fin de identificar las necesidades de los
peatones y de proporcionar un marco común para ayudar a las autoridades a
reorientar sus políticas actuales y sus actividades para crear una
cultura donde la gente elija el caminar. A esta carta se han adscrito algunas poblaciones de nuestro país.
Pero cuando empezamos a plasmar en documentos las actividades cruciales del ser humano, me parece a mí que es la señal de que nos encontramos en franco retroceso o en peligro de extinción. No sabemos si caminar está, como el caso del lince ibérico, al borde del declive, pero creo que la planificación urbanística del último medio siglo hace todo lo posible para que así sea.
Pero cuando empezamos a plasmar en documentos las actividades cruciales del ser humano, me parece a mí que es la señal de que nos encontramos en franco retroceso o en peligro de extinción. No sabemos si caminar está, como el caso del lince ibérico, al borde del declive, pero creo que la planificación urbanística del último medio siglo hace todo lo posible para que así sea.
Daremos un dato: el 43 por ciento de los
desplazamientos de más de diez minutos se hacen a pie frente al 35 por
ciento en coche. Sin embargo, el vehículo motorizado domina el 85 por
ciento del espacio urbano y monopoliza la política de movilidad
municipal. Lo cual quiere decir que la ciudad se diseña para el coche y
no para el ciudadano común, del mismo modo que el mundo contemporáneo
gira alrededor de los mercados y no del ser humano. Por ahí se
desprenden algunos interrogantes para los que no hemos encontrado
respuesta. Si las urbes no se ordenan para la mayoría y el planeta se
mueve al ritmo que marca una casta, ¿quién diablos está al mando de la
nave?
La citada Carta Internacional viene a decir (y dice) que caminar es la prescripción sin
medicina, el tranquilizante sin pastillas, la terapia sin
psicoanálisis, el ocio que no cuesta un céntimo. Así escrito, el
enunciado resulta de una contundencia y de un sentido común
arrollador. Tanto que resulta difícil comprender cómo la humanidad
camina (precisamente) a pasos de gigante en la dirección contraria.
Todo evidencia que
en lugar de evolucionar, más bien parece que nos
acercamos al pleistoceno. Poco más o menos. Desde ese punto de vista, podríamos decir que
la humanidad abandonó hace milenios la crudeza de la jungla para acabar
construyendo otra selva urbana no menos hostil. Sólo
tienes que asomarte a cualquiera de nuestras calles o avenidas para saber de lo
que estamos hablando. En el mejor de los casos, se encontrará un caos de
individuos iracundos atrapados en el interior de cubículos de metal.
Por ese lado, celebramos que más ayuntamientos hayan firmado la Carta Internacional del Caminar , esperando que eso no sea papel mojado, y se comprometan
a diseñar una ciudad más acorde con el peatón. Menos volcada al
asfalto. Sobre el papel, la propuesta no tiene vuelta de hoja. La música
suena perfecta y la letra se entiende con claridad. Pero no es la
primera vez (ni será la última) que leemos demasiada literatura en el
programa de gobierno y luego nos encontramos con poca chicha sobre el
terreno. Esperar para ver.
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