En algunas ocasiones he mencionado sobre la necesidad de respetar e integrar a las
personas con discapacidad. También de la necesidad de hacer nuestras ciudades más
accesible, pero sobre todo, de volver accesible nuestra forma de pensar y
de verlos a ellos. Es curioso, pero cada vez que observo a un
discapacitado en silla de ruedas, bastón, muletas… me parece que el
discapacitado soy yo, pues ellos se mueven sin complejos, sin
obstáculos, sin paredes.
Caminar
no solo ejercita, el caminar integra. Caminar nos da la oportunidad de
intercambiar miradas, sonrisas, gestos, malas caras, de observar, de
sentir el aire, los olores, nos conecta con el entorno.
Caminar por nuestras ciudades es difícil, y en ocasiones imposible. Banquetas
estrechas, mal construidas, obstáculos, mobiliario mal ubicado,
comerciantes ambulantes, jardineras anti-ambulantes, coches
estacionados, carpas de negocios… todas un repertorio que atentan mi derecho a caminar, a
transitar, a disfrutar mi ciudad.
Caminar
es cosa de todos los días: caminamos a la escuela, caminamos al trabajo,
al autobus, a la estación del metro, a la tienda, a la farmacia… a
donde sea. Pero es hora de dejar de caminar por caminar. Es hora de
fomentar los espacios para hacerlo, de alzar la voz y exigir que se
respete nuestro derecho a caminar. Es hora de exigir zonas dignas y
de preguntar qué se hará en los próximos años al respecto. Es hora de
preguntar. Es hora de caminar.
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