En estos tiempos de crisis, nada mejor que disfrutar de unas vacaciones ecológicas, las más baratas y medioambientalmente más sostenibles.
El primer consejo es buscarlas cerca de casa. Cuanto más próximo esté ese lugar de retiro estival, menos consumo energético haremos y mejor nos sentiremos. El pueblo, un pueblo, es el mejor sitio. Para muchos, el lugar perfecto donde reencontrarnos con nuestras raíces y con la naturaleza. Tras un año de frenética actividad urbana no se me ocurre nada más plácido que desconectar del mundanal ruido abusando a placer de caminatas, lecturas, charlas, partidas de cartas, comidas saludables y siestas interminables. Incluso la propia ciudad, ahora que tanta gente ha salido fuera, se convierte en un privilegiado refugio (barato) rodeado de parques y pueblos próximos por descubrir.
También los más aventureros tienen un mundo cercano por disfrutar. Practicando placeres como el senderismo o la bicicleta, el turismo rural, los programas de voluntariado ambiental e incluso de ese turismo activo tan lleno de sorpresas.
Sólo un consejo. Huyamos de esas ofertas imposibles donde visitar 10 ciudades en seis días, persiguiendo el paraguas enhiesto de un guía que sólo sabe meternos prisa, chupando kilómetros de autobús y, lo que quizá todavía es peor, descansando en hoteles insulsos de comida estándar. Eso no es viajar queridos amigos. Eso es ir a ver postales. ¿No os parece un horror?
Viajar es descubrir sin prisa paisajes y paisanajes. Sentarse junto a un viejo chopo a la orilla del río y escuchar el relato sencillo de algún paisano sobre cómo se vive allí. Conocerlo, sentirlo y brindar por ese nuevo amigo del alma que, seguramente, no volveremos a ver nunca más pero que tanto nos habrá impresionado, del que tanto habremos aprendido. Recuerda: a la vuelta de un viaje, lo más imperecedero es la gente a la que conociste.
Seguro que alguno de vosotros nunca olvidará uno de esos viajes especiales.
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